Secar las lágrimas donde Dios llora

Haití. “La gente está sufriendo; todos corren peligro”

violencia en Hait

La hermana Helena Queijo vivió durante nueve años en uno de los países más peligrosos del mundo, donde las bandas armadas actúan impunemente y tanto el clero como las congregaciones religiosas viven bajo constante amenaza.

Esta religiosa, que pasó la mayor parte de la última década en Haití, conversó con Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) sobre el calvario que enfrenta la población, sometida diariamente al caos y la violencia en esta nación caribeña.

Hace dos semanas, la hermana Helena Queijo regresó a su natal Portugal para cuidar a sus padres ancianos, luego de servir durante nueve años en la misión espiritana de la diócesis de Jacmel, Haití. A la zona rural donde trabajaba, que era relativamente segura, llegaba un flujo constante de personas desplazadas que huían de la violencia que azota a las principales ciudades, incluida la capital, Puerto Príncipe.

“La gente está sufriendo muchísimo. Puede pasar que estén en sus casas y lleguen los bandidos a obligarlos a salir. Si tienen suerte, no los matan, pero deben huir y esconderse por mucho tiempo. Muchos han perdido sus pertenencias y sus hogares”, contó la religiosa a ACN.

La hermana Helena recuerda que cuando llegó a Haití, en 2016, el país no tenía jefe de Estado, y que la situación sigue igual ahora que se ha marchado. “En la historia de Haití, la mayoría de los presidentes han sido asesinados. Esta violencia no es nueva”, señala. Sin embargo, en los últimos años la situación ha empeorado drásticamente: las bandas armadas han tomado el control de gran parte de la capital y de varias ciudades importantes. A inicios de abril, una banda causó estragos en la ciudad de Mirebalais, matando a decenas de personas, entre ellas dos religiosas. “No conocía personalmente a esas hermanas, pero que Dios tenga misericordia de su pueblo”, expresó.

Los secuestros también son una amenaza constante: “No solo secuestran a extranjeros, sacerdotes y religiosas. También secuestran a gente común”, continúa la hermana. “Todos estamos en peligro por la inseguridad y la inestabilidad. Nadie está libre del riesgo de ser asaltado o secuestrado. Lo único que buscan es dinero”.

Aunque ella logró salir ilesa, muchas instituciones eclesiásticas han sido gravemente afectadas por la violencia. “Las escuelas han sido invadidas por bandas, lo mismo ocurrió con el hospital, la escuela y la residencia de los espiritanos en Puerto Príncipe”, explicó la hermana Helena. “El hospital San Francisco de Sales fue atacado, y las religiosas tuvieron que quitarse el hábito para mezclarse entre la gente y poder escapar. Incluso las Misioneras de la Caridad, que hacen tanto por la población, tuvieron que evacuar a sus pacientes y marcharse”.

A medida que la violencia en Puerto Príncipe se intensificaba, los espiritanos de Jacmel comenzaron a recibir a personas desplazadas: “Nuestra misión está en una zona que, por ahora, permanece tranquila, aunque algunos bandidos buscados por la policía en las grandes ciudades han intentado refugiarse aquí”, explica. “La policía ha actuado y ha advertido a la población que esté atenta a cualquier persona sospechosa. Yo viví nueve años en las montañas, pero cada vez que debíamos ir a la ciudad, sentíamos miedo, aunque confiábamos en que estábamos en manos de Dios”.

Jacmel es una región rural donde la gente depende de la agricultura de subsistencia. No hay agua potable, alcantarillado ni electricidad, y el combustible escasea con frecuencia. Los espiritanos cuentan con paneles solares que les permiten hacer funcionar algunos aparatos, como un refrigerador, para conservar alimentos.

La llegada de personas desplazadas agrava aún más esta frágil situación: “Cuando no llueve, la gente empieza a pasar hambre y viene a nosotros pidiéndonos un poco de arroz o algunas habichuelas”, relata la hermana. “Nunca los dejamos irse con las manos vacías, aunque solo podamos darles una pequeña cantidad. No podemos darles todo lo que necesitan porque debemos compartir con todos”.

ACN ha estado apoyando a la Iglesia en la diócesis de Jacmel durante más de 30 años. En los últimos cinco años, ha financiado alrededor de 25 proyectos, incluyendo estipendios de misa para sacerdotes, apoyo a religiosas, formación de seminaristas, catequistas y laicos, programas para jóvenes, cursos de derechos humanos para líderes pastorales, y medios de transporte, fundamentales para llegar a las zonas más remotas de la diócesis.

Donar