Ucrania: “Estamos preparados para morir súbita e inesperadamente”
Ante la escalada de la guerra en Ucrania, ACN habló con Mons. Pavlo Honcharuk, obispo de la diócesis latina de Járkov-Zaporiyia. Con sus más de 196 000 km2, es una de las diócesis más grandes de Europa, comparable a todo el territorio de Siria o Bielorrusia, y abarca casi todo el territorio de Ucrania al este del río Dnipró. En la actualidad, los casi mil kilómetros del frente de guerra recorren casi por completo su diócesis, y las ciudades están sometidas a constantes bombardeos. En esta conversación con ACN, el obispo, de 44 años de edad, describe la vida actual en su diócesis.
La entrevista ha sido realizada por el P. Jurij Blazejewski, ACN.
¿Podría describir la situación en su diócesis, convertida en el principal escenario de esta terrible guerra?
Nuestra Iglesia se mantiene viva y activa. Los sacerdotes y los fieles están en sus puestos, la oración continúa, al igual que la celebración litúrgica diaria en las parroquias; más en unas que en otras, según el lugar, donde hay actividad bélica o en territorios ocupados no existe esa posibilidad. No obstante, nuestra Iglesia sigue sirviendo a la gente, a los ancianos y a los niños, además de ayudar a los soldados que defienden nuestra patria.
Hace unos meses, usted describió la situación a ACN como de shock y dolor. Al principio, había esperanzas de que la guerra terminara pronto, mientras que ahora está claro que aún va a durar. ¿Cómo se siente usted en este quinto mes de guerra?
El primer shock ha pasado, ahora vivimos bajo una tensión permanente. Estamos constantemente a la expectativa, sobre todo cuando hay bombardeos y todavía no está claro cuándo y dónde van a caer los misiles. Anteayer fue a unos 1 000 o 1 200 metros y anoche las bombas cayeron en un lugar muy cercano a nosotros. Sé que no tendré tiempo de oír el misil que me alcance, y por eso, cuando oigo una explosión, sé que sigo vivo. Estamos preparados para morir súbita e inesperadamente, y eso significa que recibimos a menudo los sacramentos, especialmente, el de la confesión. Es una experiencia completamente nueva, una forma de vida diferente: por las mañanas me levanto y tomo conciencia de que estoy vivo.
Todo este sufrimiento genera una sensación de impotencia, porque te abruma. El mal es tan grande y tan cínico que derriba de sus tronos a los grandes de este mundo. Es muy fácil desencadenar guerras estallan fácilmente, pero ¿cómo detenerlas? Por otro lado, también hay grandes signos de la presencia de Dios en medio del torbellino de la guerra, en los corazones de las personas que están sirviendo en diversos lugares como soldados, médicos, bomberos, policías y demás. Cuando contemplamos los rostros de estas personas, somos testigos del gran poder divino del amor con el que Dios los inspira.
¿Cuál es la situación actual en Járkov? ¿Está regresando la gente o ha empezado a marcharse de nuevo?
La situación cambia constantemente. Por ejemplo, alguien puede venir a revisar su vivienda e irse de nuevo inmediatamente; pero, en general, la gente se está yendo por los constantes bombardeos en Járkov. Hay bombardeos antes del almuerzo, después del almuerzo y por la noche. Estamos muy cerca de la línea del frente: a veinte kilómetros. Antes de la guerra, la ciudad de Járkov tenía una población de 1,7 millones de habitantes, y ahora hay unos 700.000, menos de la mitad. Pero también otras ciudades de la diócesis, como Sláviansk, Kramatorsk o Bajmut, son lugares muy peligrosos, están en la zona de guerra actual: de allí prácticamente todo el mundo ha escapado, queda poca gente en esas ciudades.
¿Cómo es la vida cotidiana en una ciudad en la línea del fuego?
La situación de cada familia y de cada persona es diferente. Si la casa no está dañada, uno tiene un lugar donde vivir, y si uno tiene un trabajo, tiene ingresos. En cambio, si la casa está destruida, uno no tiene dónde vivir, y si su lugar de trabajo ha sido destruido, uno se queda sin ingresos. Y si encima está herido…
A veces, la gente sólo tiene lo que llevaba puesto, porque todo se quemó con su casa. Por lo tanto, hay personas que necesitan ropa, otras necesitan zapatos o medicinas o comida, otras un lugar donde quedarse, y otras apoyo moral. Otros necesitan que alguien lleve a su familia a un lugar seguro. Hay muchos problemas y mucho por hacer.
¿Tiene la gente acceso a las cosas que necesita? ¿Hay trabajo?
Calculamos que alrededor de un 15% de la ciudad está destruido. Son daños irreparables. No obstante, la infraestructura de la ciudad funciona y puede soportar la tensión que se vive. Las fábricas y empresas que pueden siguen trabajando mientras que otras se han trasladado completamente a otras ciudades ucranianas. También siguen funcionando los hospitales y los servicios municipales, que se encargan de la electricidad, el gas, el agua, el alcantarillado, la recogida de basuras, la limpieza de las calles y el transporte público. Todo funciona. Cuando destruyen algo, pasadas veinticuatro horas ni siquiera se sabe que ha pasado algo; los servicios municipales lo limpian todo y se llevan los escombros. Los bomberos, la policía y demás servicios también funcionan completamente. La gente intenta vivir una vida normal, aunque la guerra está tan presente en nuestra ciudad. Las escuelas y las universidades funcionan online.
¿Cómo está la situación financiera? ¿Hay problemas con los bancos? ¿Están abiertas las tiendas?
Sólo algunos bancos tienen sus sucursales abiertas, y sólo algunos cajeros automáticos funcionan. En su mayoría, estos lugares permanecen cerrados por motivos de seguridad. Sin embargo, todo el sector financiero funciona, las tarjetas bancarias funcionan en todas partes. Las tiendas están parcialmente abiertas. Ayer estuve en el mercado: sólo se incendió la mitad. Se sigue vendiendo en los puestos y quioscos que no han sido destruidos. Sin embargo, la gente no puede comprar nada porque no tiene dinero. La gente aquí no es rica. Los ricos se fueron hace mucho tiempo. Los que se han quedado ya vivían antes de paga en paga, ellos tienen que contar cada centavo y ahora están en una situación muy difícil. Incluso por la ropa, uno puede ver que esa persona siempre ha llevado una vida digna, pero la guerra los ha vuelto pobres o sin hogar. Muchas personas también se han visto afectadas psicológicamente y algunas han empezado a abusar del alcohol.
En algunas ciudades, lejos del frente, la gente ya ignora las alertas antiaéreas. En Járkov, ¿la gente busca refugio o ignora las alarmas y simplemente sigue con su vida?
Al principio de la guerra, la gente reaccionaba más cuando había bombardeos y, por lo general, no salían de sus sótanos y refugios. Muchos no salían en absoluto, vivían allí permanentemente, y algunos siguen hoy presos del pánico. Hay calles en las que la gente apenas se percataba de que había guerra porque estaban completamente tranquilas, pero también hay barrios donde todo está destruido. Yo veo que la mayoría de la gente se ha vuelto más audaces; la psique cansada empieza a reprimir la sensación de peligro.
¿Cómo es la situación de seguridad?
La gente en la calle sigue hablando cuando el bombardeo está lejos; cuando los proyectiles se oyen más de cerca, se dispersa. Cuando no pasa nada durante dos o tres minutos, la gente vuelve a salir. Sin embargo, anteayer, un padre conducía un coche con su hijo. Habían venido a la ciudad para presentar los papeles de la universidad y ya regresaban a casa. De repente, un proyectil impactó directamente en el coche. Quedaron algunos restos del coche, pero sus cuerpos quedaron destrozados.
Como ven, la gente sigue conduciendo pese a los bombardeos, algunos sobrevivirán; otros, no. Pero no pensemos que la gente es irresponsable. El peligro ha durado tanto ya, que hay que aprender a ignorarlo de alguna manera, pues también hay que reflexionar y tomar decisiones. Antes, la gente no se controlaba: huía instintivamente y luego se ponía a pensar. Pero es que resulta agotador tener que huir diez veces en un día.
Su diócesis es probablemente única, en el sentido de que hay personas que huyen de ella, pero otras que buscan refugio allí.
Algunas personas de Járkov o de otras ciudades del frente se trasladaron a los pueblos más cercanos, a casa de sus familiares o a casas vacías. Pero cuando vieron que la guerra no se acababa, empezaron a irse más lejos. También dentro del país hay que encontrar un lugar donde vivir y trabajar, y eso implica muchas dificultades. Por otro lado, irse al extranjero significa que sólo pueden salir la esposa y los hijos, mientras que los maridos tienen que quedarse en territorio ucraniano debido a la ley marcial. Eso supone un enorme golpe para una familia, para los cónyuges, y causa un gran sufrimiento.
La gente se desplaza constantemente. Algunos se instalan en algún lugar y consiguen un trabajo, otros fracasan en ello. A veces parece que alguien está finalmente instalado en un nuevo lugar, y de repente le dicen: “Lo sentimos, tenemos que pedirle que abandone nuestra casa”. La suerte de cada mudanza es diferente, pero siempre es difícil. Algunos regresan porque dicen que es más fácil para ellos vivir bajo el fuego y en peligro que vivir como refugiados.
Porque en esa situación, ¿quién eres? No tienes derechos, no puedes planificar, no tienes nada propio. Siempre tienes la sensación de tener que estar pendiente de alguien y de que los demás te observan. Psicológicamente, es muy difícil. Si alguien quiere probar, que deje su hogar durante un mes para vivir de invitado en la casa de otro, y luego en la de otro más, y luego en la de un tercero, en la de un cuarto, siempre como invitado, y mudándose todo el tiempo.
¿Cómo trabaja la Iglesia de su diócesis con los refugiados y desplazados internos?
Aquí, en Járkov, tenemos a los Padres Marianos y a Cáritas, que ayudan a los desplazados, ya que muchas personas que han perdido sus hogares han acudido a la ciudad. Ayer, no muy lejos de la frontera, quedaron destrozadas veinte casas de un pueblo. Las tropas rusas no hacen más que destruir nuestros pueblos ucranianos, y entonces los supervivientes huyen a la ciudad, porque ya no es posible vivir allí. Los desplazados de los pueblos cercanos también vienen a Járkov a pesar de que esta ciudad es bombardeada todos los días.
Asimismo, trabajamos en otros lugares, ayudamos distribuyendo ayuda humanitaria, cosas para los niños, comida, pañales, o simplemente estamos allí para hablar con la gente. También ayudamos en Poltava, Sumy, Konotop y Dnipró, así como en Zaporiyia y Pokrovsk.
¿Qué le gustaría decirle a los benefactores que hacen posible que ACN envíe ayuda a Ucrania y a su diócesis?
Os agradezco esta entrevista y me gustaría, en nombre de todos los que reciben vuestra ayuda, así como en el mío propio, agradecer sinceramente a todos su corazón abierto y su ayuda. No importa si es mucho o poco, lo importante es que no habéis permanecido indiferentes ante nuestra situación. Por ello, os doy sinceramente las gracias. ¡Que Dios os bendiga![/vc_column_text]
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