Monseñor Pasotto: uno de los artífices de la reconstrucción de la Iglesia católica en Georgia después de la era comunista
Entrevista con Mons. Giuseppe Pasotto, sacerdote estigmatino italiano, que viene acompañando y guiando el rumbo de la pequeña Iglesia católica en el Cáucaso desde la caída del Telón de Acero, primero como misionero, entre 1996 y 2000 como administrador apostólico y luego como obispo diocesano.
¿Qué encontró cuando llegó a Georgia el año 1993? ¿Qué quedaba de la Iglesia católica en Georgia después de 70 años de régimen comunista?
¿Que qué me encontré? Es difícil describir en pocas palabras cómo era la situación en 1993 cuando llegué aquí. Georgia acababa de independizarse de Rusia y había roto todas las relaciones con este país, incluidas las económicas. Cuando llegué había gas, agua y electricidad; un mes y medio después, llegamos a un punto en el que solo había electricidad dos horas al día, agua cada dos días y el suministro de gas estaba cortado por completo. En los mercados quedaban muy pocas cosas. Por poner un ejemplo: un día necesitaba un limón y fui al mercado. No pude encontrar ningún limón hasta que me encontré con una mujer que tenía dos. Solo vendía estas dos frutas. Decidí comprar los dos, pero ella me dijo: “le daré solo uno, pues otra persona podría necesitar el otro”. Quedé asombrado y lleno de admiración. Otra cosa que nunca olvidaré es el grito de alegría que se oía cuando volvía la electricidad por una o dos horas y se podían apagar las velas o las lámparas de gas.
Llegué aquí con otro sacerdote de mi pequeña congregación de estigmatinos, que se fundó en Verona. Durante este tiempo experimentamos nosotros mismos todas las dificultades de la gente, especialmente el frío y las privaciones. Esto nos ayudó a amar aún más a este pueblo y a comprender el significado de la libertad. A través de nuestras conversaciones con los jóvenes, comprendimos que se sufre por valores importantes y se debe mantener siempre la esperanza. Por último, al aprender la lengua georgiana, no precisamente fácil, y casi sin material didáctico, comprendimos aún mejor la vida de este pueblo. Tuvimos que aprender mucho sin importarnos las dificultades que nos rodeaban. Pero fue providencial vivir ese tiempo.
¿Cuáles fueron los primeros pasos que dieron usted y sus hermanos para reconstruir la comunidad católica?
De la Iglesia católica quedaba únicamente un solo lugar de culto abierto (la Iglesia de San Pedro y San Pablo en Tiflis); las parroquias dispersas por el campo estaban todas desiertas. Nuestro primer paso fue restablecer los contactos y buscar más sacerdotes de otros países e iglesias locales que pudieran venir a ayudarnos. Muy lentamente, empezamos a restaurar las estructuras principales.
Pienso que la fe católica, no solo en Georgia, sino en todos los países comunistas, se salvó gracias al rezo del rosario. La gente se reunía en las casas para rezar, y las abuelas sentían esta responsabilidad. No se necesita ni sacerdote ni rosarios, se pueden contar las avemarías con los dedos de las manos.
La primera tarea que nos propusimos fue formar catequistas. Para nuestro primer campamento de estudio de verano reunimos a unos 30 jóvenes y les impartimos una formación intensiva de diez días, para que a su vez pudieran empezar a trabajar con los niños. Lo primero que se imprimió fue el Catecismo de la Iglesia Católica… Poco a poco, se fueron abordando otras cosas.
¿Cómo vivió la guerra del Cáucaso en 2008? ¿Cómo ayudó la Iglesia en ese contexto?
La guerra llegó de forma totalmente inesperada; al menos yo no creía que pudiera suceder algo así. En muy poco tiempo, Rusia dejó claro que no había esperanza para el ejército georgiano y se acercó mucho a Tiflis con sus bombardeos. Por primera vez, vi a personas presas del pánico. En nuestra sala de reuniones acogimos a refugiados de Gori durante todo un mes y nos ocupamos de ellos. Incluso hoy me envían cartas de agradecimiento con ocasión del aniversario de la guerra. Cáritas Georgia se involucró mucho con alimentos y ayuda a los desplazados. Todavía recuerdo cómo, en cuanto fue posible, salió un camión con alimentos hacia Gori. La primera ayuda que llegó allí fue la nuestra y se le entregó al obispo ortodoxo para que los distribuyera según las necesidades.
¿Cuáles son los mayores retos para la Iglesia de Georgia en la actualidad? ¿Qué queda por hacer después de muchos años de servicio misionero?
El primer desafío para el futuro sigue siendo la labor ecuménica. Esta es nuestra primera tarea y es muy difícil. La Iglesia ortodoxa sigue teniendo dificultades para abrirse en esta dirección debido a la herencia de su pasado. Los católicos no solo se sienten una minoría, sino que a menudo son discriminados y tratados injustamente. Basta pensar en las seis iglesias confiscadas que nunca fueron devueltas, pero también en la prohibición de los matrimonios entre personas de diversas confesiones. El camino ecuménico requiere mucha paciencia para buscar constantemente nuevos y posibles puntos en común y tejer relaciones que se conviertan en puentes. Nuestra universidad juega un papel importante, ya que la mayoría de los estudiantes no son católicos.
La segunda tarea, en mi opinión, es la formación de nuestros fieles para que su fe sea cada vez más fuerte y segura. Aquí, es donde los sacerdotes y religiosos están especialmente comprometidos en las parroquias. La tercera tarea es mostrar el rostro misericordioso y amoroso de Dios, sobre todo a las personas que se encuentran en especiales dificultades.
Nos damos cuenta de que somos muy pocos, también porque los ámbitos de trabajo son cada vez más grandes y cambiantes en nuestro mundo, cada vez más complejo. Afortunadamente, hay jóvenes que se preparan para el sacerdocio y la vida consagrada… pero el camino de la formación es largo, lo cual es importante, porque debe ser una buena formación. Es difícil encontrar sacerdotes en el extranjero que quieran venir a trabajar con nosotros, también porque existe la barrera del idioma. Se necesita un largo estudio y muchos sacrificios para aprender georgiano, después solo se puede utilizar el idioma aquí. Pero el Señor dispone y provee.
¿Cómo ve el futuro de la Iglesia católica en Georgia y de qué manera puede ACN acompañar sus pasos?
El apoyo prestado por ACN ha sido crucial durante estos años. Puedo decir que son muchos los que han contribuido a mantener nuestra Iglesia en funcionamiento, pero ACN siempre se ha distinguido por apoyar las obras de evangelización y formación. Cada año, gracias a ACN, es decir, gracias al apoyo de miles de benefactores, hemos podido realizar iniciativas pastorales, especialmente los campamentos de verano para la formación en la fe de niños y jóvenes. Siempre he sido consciente y estoy profundamente agradecido por este camino que hemos compartido con ACN. No conocemos las caras de los benefactores de ACN, pero Dios los conoce a todos, los bendecirá y los recompensará. Para mí, siempre ha sido una gran ayuda sentir que las Iglesias hermanas nos han acompañado en el camino y nos han apoyado. En último término, nosotros solo hemos sido las manos que han hecho realidad lo que había en los corazones de tantos católicos de todo el mundo.
¿Hay algo que desee decir a nuestros benefactores?
Me gustaría aprovechar esta oportunidad para dar las gracias a ACN: gracias a los que colaboran con nosotros y son siempre pacientes con nosotros; nos sentimos realmente queridos. Se puede decir que nuestra Iglesia apenas tiene recursos económicos, pero es capaz de vivir cada día confiando en Dios. Todos estamos llamados a anunciar el Evangelio, pero de diferentes maneras. Aquí, en Georgia, he descubierto el valor de la palabra “católico”. Es hermoso pensar que nosotros, los católicos, podemos mostrar a todas las Iglesias lo bueno que es tener un corazón que no conoce fronteras, que no distingue a nadie, que mira siempre más allá de sus propias fronteras. Es hermoso dar testimonio de un Dios que nos enseña a través de su corazón a tener un horizonte amplio, a no centrarnos solo en nuestros intereses, sino a abrirnos cada vez más. Este es su amor por nosotros. Debería ser lo que testimoniamos y lo que enseñamos. Este es el hermoso mensaje, el Evangelio. Y para mí, ese es el color del catolicismo.