«Estuve en la cárcel, y viniste a mí»
El segundo domingo de Pascua, la Iglesia celebra la fiesta de la Divina Misericordia, un mensaje que el padre Henryk Sawarski ha convertido en la misión de su vida. Este misionero, procedente de Polonia, está trabajando desde hace más de 40 años en la isla de Madagascar. Desde 2015 es capellán de la prisión de Port-Bergé. Una y otra vez es testigo de cómo Dios toca las almas de los prisioneros y les ayuda a comenzar una vida nueva. La fundación ACN ha destinado 19.500 euros para ayudar a construir una capilla y una pequeña biblioteca para la capellanía de la prisión.
Antes de que el padre Henryk Sawarski se convirtiera en capellán de la prisión, nunca había estado en una cárcel. «Cuando pasaba por allí en coche, veía los muros de la prisión con el alambre de púas sobre ellos… o quizá oí hablar de ellos», expuso el misionero polaco en una conversación mantenida con la fundación. En el Año Santo Extraordinario de la Misericordia proclamado por el papa Francisco, el padre Henryk fue destinado a la diócesis de Port-Bergé. «El papa pidió obras de misericordia tanto corporales como espirituales. Supe entonces que la prisión no tenía capellán, de repente tuve la intuición de que en este lugar podía difundir mejor la misericordia de Dios. Hoy sé que fue el mismo Jesús Misericordioso quien me lo inspiró».
El padre Henryk quedó profundamente conmovido por la miseria que encontró en la prisión. En primer lugar, comenzó a poner remedio a las necesidades materiales concretas: proporcionar a los prisioneros comida, ropa y medicinas, mejorar las condiciones higiénicas, acabar con las plagas de bichos. «Los prisioneros se asombraban y se preguntaban: “¿Por qué este vazaha (hombre blanco) hace esto? ¿Por qué gasta tanto dinero y nos dedica tanto tiempo? ¿Quiere comprarnos para convertirnos?” Pero no, no dije ni una palabra sobre la oración y la religión; me mantuve en silencio, y Jesús Misericordioso les habló. Me llevé la mejor sorpresa de mi vida cuando un día me preguntaron: “Padre, ¿y cuándo rezamos y tenemos la Santa Misa?”».
Sólo una docena de los más de 200 presos son católicos; la mayoría son animistas, algunos son protestantes o musulmanes. «Trato a todos como a mis propios hijos», dice el padre Henryk. A la primera misa de Navidad, celebrada al aire libre y con un calor abrasador por el obispo Georges Varkey, asistieron todos los prisioneros.
En el patio de la prisión escuché confesiones. «Cuando los otros internos veían a uno de ellos allí arrodillado, se preguntaban: “¿Qué están haciendo?”; pero el ejemplo es el mejor predicador: imagínese, ahora incluso los protestantes vienen y los que simpatizan con los católicos piden la bendición. Hablan de su culpa, es abrumador ver cómo la gracia de Dios escribe derecho sobre las líneas torcidas de la confusa vida de una persona. Hace falta un gran paso para llegar a la conversión interior, pero solo se necesita tiempo y paciencia. Es importante que un prisionero se arrepienta de sus actos, quiera cambiar y prometa que cuando salga de la cárcel, no volverá allí de nuevo».
Es muy importante mantener conversaciones: «hay que escuchar pacientemente cuando hablan de estas situaciones complicadas. A veces digo que no tengo un remedio general para ello, pero el prisionero dice: “¡gracias, padre, por escucharme!”». Las oraciones que el padre Henryk reza con ellos, la cruz que traza en sus frentes, la bendición con agua bendita y la cruz de ceniza el Miércoles de Ceniza, son importantes para los prisioneros. Además, la capellanía de la prisión incluye catequesis, lectura de las Escrituras y un coro masculino y otro femenino; asimismo importantes son los cursos de alfabetización, los deportes y los trabajos manuales, como el tejido de cestas, ya que también esto es un paso importante en el camino hacia una nueva vida.
Para el padre Henryk, la prisión es «un hospital especial». Hay quienes están mental y psicológicamente destrozados, moralmente destrozados, sin formación, porque a menudo ni siquiera asistieron a la escuela primaria en la selva, también están físicamente dañados. «Se necesita mucho esfuerzo y tiempo para lograr cualquier fruto, pero en el cielo la alegría de un pecador que se convierte es mayor que la de un justo…», dice el misionero.
El padre Henryk habla a ACN de un prisionero que ya ha sido puesto en libertad y ha comenzado una nueva vida. «Jean estuvo en prisión por vender la carne de ganado robado. Mientras estaba en prisión sentía una gran nostalgia de su esposa e hijos, que ya no iban a la escuela porque no tenían dinero para ello. Hablé muchas veces con él —también de temas espirituales— y me dijo: “padre, cuando salga de aquí y vuelva a trabajar, buscaré otra ocupación, para no vender más carne de ganado robado; no engañaré a los clientes mientras la pesan, para no volver a la cárcel. Criaré a mis hijos para que sean buenas personas, y prometo rezar fervientemente”. Era protestante. Y me dijo: “cuando venga a Port-Bergé, traeré algo para los prisioneros y para usted”. Y así sucedió. A veces traía carne, y yo le preguntaba: “Jean, ¿la carne no será de ganado robado?” y él respondía: “¡no, no!”. A veces, también trae algo de arroz o fruta. ¿No es este un buen ejemplo de alguien que se ha convertido y está haciendo obras de misericordia?».
Gracias a la ayuda de la Fundación ACN, ahora hay una capilla y una pequeña biblioteca para la capellanía de la prisión. El padre Henryk está muy agradecido por ello: «el mismo Cristo lo enseña en el Evangelio: “Estuve en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mt 25:36). La veneración de la Divina Misericordia es muy importante y fructífera en el proceso de conversión. Nuestra capilla, que se encuentra bajo el patrocinio de San Dimas, el buen ladrón, que es un ejemplo de conversión, sirve a este propósito. Nada se pierde, e incluso en el último momento uno puede salvarse, tal como Cristo prometió al ladrón en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23:43)».