En Mongolia, el Papa infunde ánimos a todos los católicos de Asia Central
El líder de la Iglesia católica de Kirguistán también ha estado en Mongolia, allí ha escuchado al papa Francisco decir que la pequeñez de las iglesias locales no es una limitación, sino un recurso para la Iglesia universal.
El jesuita P. Anthony Corcoran es el administrador apostólico de los pocos centenares de católicos que viven en Kirguistán. Durante su visita a Ulán Bator, Mongolia, con motivo de la visita del Papa, se sentó a charlar con Maria Lozano, directora de Prensa de Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN).
¿Qué impresión se lleva de esta visita pontificia a Mongolia?
Mi impresión ha sido de alegría por el nivel y la profundidad del intercambio que ha tenido lugar aquí. Una compartición por parte del santo padre, ciertamente, pero también un compartir entre las personas que han venido como peregrinos, entre los obispos y la gente, entre personas de diferentes nacionalidades. ¡Ha sido un auténtico encuentro católico! Aunque cabía esperar que así fuera, lo cierto es que, cuando lo vives, resulta impresionante.
¿Ha venido con un grupo de Kirguistán?
No, he venido solo, pero ya he tenido noticia de las reacciones jubilosas de los católicos kirguisos: sin duda están siguiendo la visita.
¿Qué ha significado para ellos este viaje a Mongolia?
Todo ser humano está relacionado con otros. El Papa ha utilizado repetidamente la palabra “comunión”, esta comunión es más que un simple acto: es, en realidad, una forma de ser. A la Iglesia se la identifica con una comunidad y, por tanto, cuando algo afecta a una parte de la Iglesia, nos afecta a todos. Pero el papa Francisco también se ha referido a esa comunión desde el otro ángulo, mirando la conexión del pueblo mongol con la Iglesia universal.
Por supuesto, cada país tiene su propia cultura, historia y población, pero también hay similitudes a lo largo de la historia entre los países de esta región. Así, por ejemplo, lo que caracteriza a la Iglesia en Mongolia y a la Iglesia en Kirguizistán, además de a otras Iglesias locales, es que son muy pequeñas. Ese es otro mensaje que nos ha traído -y siempre trae- el Papa: la grandeza que Dios infunde a través de la pequeñez, que no debemos prestar atención sólo “al pequeño número, al limitado éxito o a la aparente irrelevancia”. En el caso de María, por ejemplo, su pequeñez es mayor que los cielos y, por tanto, la pequeñez no debe verse sólo como una limitación, sino como un recurso. Eso es algo que ciertamente podemos sentir en Kirguistán.
¿Es ése el mensaje que transmitirá usted a su comunidad?
Es uno de ellos. Porque Dios nos cuida a través de su Iglesia, y su Iglesia nos cuida a través de su presencia, incluso en lugares donde es pequeña. Y la Iglesia nos cuida también en este caso concreto, con el Papa acudiendo a nosotros. Él es el pastor que cuida de su rebaño dondequiera que esté.
¿Los católicos se sienten integrados en estos países o se ven como un cuerpo extraño?
Como ha subrayado el Papa, el cristianismo no es algo nuevo en esta región, lleva aquí desde los primeros siglos del cristianismo, a lo largo de la Ruta de la Seda. La Iglesia no es algo nuevo ni ajeno a ninguna sociedad, la Iglesia no es algo que tenga por objetivo principal traer e imponer una cultura diferente; es algo que viene de Dios, pero que, al mismo tiempo, surge de dentro.
Al mismo tiempo, la Iglesia parece actuar con cautela en esta parte del mundo. Cuando se le preguntó acerca de la visita del Papa, el cardenal Marengo, prefecto apostólico de Mongolia, dijo que Francisco venía a “susurrar el Evangelio”.
Si susurras el Evangelio -y esta es ahora mi interpretación personal de sus palabras- debes conocer muy bien la lengua, debes contar con la confianza de las personas, debes estar cerca de ellas, debes ser claro en lo que dices; creo que eso es la inculturación o, como diríamos nosotros, la encarnación de la Iglesia.
Tanto Mongolia como Kirguistán, así como muchos otros países de esta región, soportaron dictaduras comunistas durante décadas. ¿Los retos que afronta la Iglesia están relacionados con ese pasado?
Desde luego, porque la Iglesia está dentro de la sociedad, así que la historia afecta a todo. Para quien haya vivido en Rusia o en Kirguizistán, por supuesto que el legado del comunismo ateo ha desempeñado un papel, pero, al mismo tiempo, la providencia de Dios siempre triunfa, porque lo cierto es que en esta región, a través de la persecución, la Iglesia recibió nueva vida a través de los católicos enviados aquí. Así es como actúa la providencia divina; Dios siempre trae a la Iglesia esa gracia especial que inflama los corazones de los fieles a través de las persecuciones que hubo, hay y están por venir, en muchos lugares del mundo. Así que, por supuesto, este legado también nos une de alguna manera. No es la parte más importante de nuestra comunión los unos con los otros, pero ciertamente es visible.
¿Qué frutos espera de esta visita, tanto para Mongolia como para Asia Central?
Cuando el Papa se dirigió a los agentes pastorales, mencionó que la alegría del Evangelio es la fuente por la que uno daría su vida, la alegría del Evangelio es algo que perdura y da verdaderos frutos. Una palabra que siempre me viene a la mente es ‘consuelo’: la presencia del Papa está marcada por el consuelo y el verdadero consuelo no viene de un ser humano; el consuelo que perdura, que da vida y aliento, proviene de una sola fuente. El verdadero consuelo no es algo espiritual que flota en el aire, sino algo muy concreto, porque nos recuerda quiénes somos.
¿Hay alguna experiencia de estos últimos tres días que le haya impactado especialmente?
Ha habido muchas, pero, sobre todo, presenciar cómo el Papa interactuaba con la gente, ver cómo está tan lleno de vida cuando está con la gente y la gente cuando está con él también. Eso es algo que no se puede explicar por el hecho de que el jefe, el superior o incluso el párroco haya venido de visita; hay algo más ahí. Eso lo presencié varias veces, y cada vez resultaba enormemente conmovedor, ya fuera por esas personas que venían de distintos lugares y estaban tan jubilosas de verlo, ya fuera por las conversaciones que pudimos mantener entre nosotros.
¿Cree que eso también podría servir de ejemplo a los cristianos de Europa, donde la fe parece atravesar una crisis?
Jesús no atraviesa crisis y, por tanto, toda crisis en la Iglesia es siempre temporal y está localizada, porque es la Iglesia de Jesucristo. Y así, allí donde la mirada está puesta en Jesucristo, allí están el aliento, la esperanza y el Evangelio. Y observamos en el Evangelio que todos los que reciben algo de Jesús tienen en común el hecho de estar dispuestos a sufrir inconvenientes. Y así, hablando como alguien de Occidente que sirve en Asia Central y que está muy agradecido de estar aquí, el reto es preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a ser incomodados? Y también: ¿Dónde tenemos puesta la mirada?