Mujeres que lloran, soldados con heridas en el cuerpo y el alma, familias destrozadas por la incertidumbre… El padre Anton Lässer y Magda Kaczmarek, de Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN), comparten historias que reflejan las profundas huellas que ha dejado el conflicto en Ucrania.
Las cicatrices de la guerra en Ucrania no solo son visibles físicamente, también laten en los testimonios de quienes la han vivido. En marzo de 2025, el padre Anton Lässer, asistente eclesiástico internacional de ACN, y Magda Kaczmarek, responsable de proyectos para Europa de la misma fundación, viajaron a Ucrania, un país que sigue marcado por los horrores de una guerra que ya cumple tres años. En cada ciudad, en cada rincón, escucharon a quienes lo han perdido todo y, aun así, mantienen viva su fe: voces que habitan entre el dolor y la esperanza.
El dolor de las madres: “Mi hijo jugaba aquí. Ahora está enterrado aquí”
Una de las escenas más conmovedoras para Kaczmarek fue el encuentro con un grupo de mujeres. “Todas habían perdido a alguien: un hijo, un esposo o ambos. Una de ellas sostenía entre las manos un trozo del uniforme militar de su hijo, encontrado en el frente”, recuerda. El padre Anton explica cuánto atormenta a estas mujeres la incertidumbre sobre el paradero de sus seres queridos: “Una madre de varios niños supo que su esposo había muerto gracias a una prueba de ADN, ocho meses después del último contacto con él. Como ella misma explicó, la certeza —por dolorosa que fuera— era más soportable que los agotadores meses de incertidumbre previos”.
En un cementerio militar en Leópolis (Lviv), cerca de la frontera con Polonia, el padre Anton y Kaczmarek, acompañados por el arzobispo de rito latino Mieczysław Mokrzycki, se encontraron con una mujer que lloraba. “Se nos acercó y nos pidió que rezáramos juntos”, cuenta el padre Anton. Entre sollozos, repetía: “¿Por qué, por qué, por qué?”. Una pregunta que se escucha en muchos rincones de Ucrania. Ni siquiera sabía que su hijo estaba en el frente hasta que recibió una llamada informándole de su muerte. El padre Anton la invitó a caminar un poco, y conversaron. Al regresar, según Kaczmarek, “su rostro había cambiado; se la veía más serena, más en paz”. En ese mismo cementerio, otra madre les dijo: “Mi hijo jugaba aquí. Ahora está enterrado aquí”.
En una visita anterior de ACN, realizada menos de un año antes, aproximadamente un tercio de la plaza estaba ocupada por tumbas. Hoy ya hay más de mil sepulturas, y se está preparando una zona adyacente para los que no regresen vivos del frente.
La decisión de volver al frente
Sin embargo, también hay historias que dan esperanza. La hermana Jerónima, de las hermanas albertinas —una congregación apoyada por ACN—, encontró a una anciana que había huido de Kramatorsk, en la región oriental de Donetsk. Lo había perdido todo. Llevaba meses viviendo en la calle, sola, abandonada, con el rostro desfigurado por el sufrimiento. La hermana la acogió en una casa sostenida por ACN. “Hoy, después de semanas de cuidados y atención, su transformación es casi un milagro. Las fotos del antes y después son difíciles de creer. Las hermanas le devolvieron la dignidad y la paz”, afirma Magda.
Otro de los relatos más impactantes vinculados a estas religiosas es el de un joven de 22 años herido por una granada. Su primera cirugía, que le salvó la vida, fue realizada en un vehículo blindado camino al hospital. A pesar de múltiples intervenciones, su rostro seguía lleno de metralla; no podía ver ni hablar. Con gestos, pidió a la enfermera que le “abriera los ojos”. Al darse cuenta de que podía ver, rompió en llanto, feliz de no haber quedado ciego. Aún le esperan varias cirugías. “Cuando le preguntaron cómo se sentía, explicó —para sorpresa de todos— que no podía dormir porque estaba considerando regresar al frente tras su recuperación. Para su familia, esa posibilidad representa un inmenso dolor. Estas decisiones se convierten en pruebas muy duras para las familias”, relata el padre Anton.
Desafíos para la Iglesia: “Necesitamos alimentar el alma”
Los desafíos para la Iglesia continúan. Además de la ayuda material y psicológica que financia ACN, el padre Anton destaca una batalla interna que muchos están librando: la lucha entre los valores cristianos y los sentimientos de rabia provocados por el sufrimiento. “En este contexto de guerra, no es difícil comprender esos sentimientos. Pero es esencial que las personas trabajen para superar la tentación de la venganza y el odio”, explica.
La necesidad no es solo reconstruir Ucrania, sino también sanar las heridas espirituales y emocionales de su gente. Como expresó la mujer entre sollozos en el cementerio de Leópolis: “¿Por qué, por qué, por qué?”. La clave está en ofrecer respuestas no solo a las cicatrices visibles de la guerra, sino también a las que permanecen ocultas.
Tres años después del inicio de la invasión a gran escala, el 24 de febrero de 2022, ACN ha destinado más de 25,2 millones de euros para apoyar a la Iglesia católica de ambos ritos en toda Ucrania.
Los tipos de ayuda han evolucionado con el paso de los años. Hoy existen nuevos y grandes desafíos. Actualmente, ACN está fuertemente comprometida con el impulso de programas de formación para el manejo del trauma, por los que ya han pasado más de 1.800 sacerdotes, religiosas y laicos. Además, se han implementado programas y grupos terapéuticos para huérfanos, viudas y madres de soldados caídos. Solo en 2024, ACN contribuyó a la creación de cuatro centros de terapia para acompañamiento espiritual y psicológico.