Ayuda a La Iglesia Que Sufre y el milagro de la caída del Muro
El día 9 de noviembre se celebra el trigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, un hito decisivo en el camino hacia el hundimiento del comunismo en Europa, lo cual supuso el cumplimiento de un sueño para muchas personas, no sólo de Alemania del Este. Para conseguir este cambio político habían trabajado incansablemente, durante las décadas anteriores, muchos cristianos comprometidos, de todas las denominaciones y de numerosas organizaciones. Entre estas organizaciones se encuentra también la Fundación Pontificia «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» y su fundador, el padre premonstratense holandés Werenfried van Straaten (1913-2003).
42 años en espera del cambio… trabajando para ello
Los acontecimientos que rodearon la caída del Muro no sorprendieron a la Fundación Pontificia. «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» estaba comprometida con este objetivo desde un principio. «Después de 42 años de esperar este cambio, nuestra credibilidad está en juego si no ayudamos a la iglesia perseguida redoblando nuestra disposición a hacer sacrificios. También allí donde ha quedado liberada de sus cadenas, sigue estando privada de todos los medios. Sin sacerdotes, programas de radio y libros, la liberación sería en vano», escribió el padre Werenfried a los benefactores de «Ayuda a La Iglesia Que Sufre». Los desafíos a los que se enfrentaba la Fundación recordaban sus primeros tiempos pioneros.
Una mirada atrás: en 1947, por iniciativa del Papa Pío XII, el padre Werenfried van Straaten inició una campaña de ayuda a los alemanes desplazados del Este. Las informaciones sobre violaciones de los derechos humanos y persecución a la Iglesia en la esfera del poder comunista, le llevaron a extender esta ayuda, ya desde 1952, también a estos países. Por eso, en los primeros años, su obra lleva el nombre de «Ayuda a los sacerdotes del Este» y a partir de 1969 «Ayuda a La Iglesia Que Sufre».
La situación en los países detrás del Telón de Acero difería de unos a otros. La Unión Soviética estaba considerada un área cerrada, sólo se podía hacer algo difundiendo la Buena Nueva por la radio desde el extranjero… o por medio del contrabando. En otros países como Polonia y Yugoslavia, era posible prestar más ayuda.
La Fundación también consideraba como tarea importante la información a la opinión pública. El mundo occidental debía saber lo que estaba ocurriendo en el Este. El padre Werenfried habló en cientos de sermones sobre la situación de la Iglesia perseguida en Europa del Este y así se convirtió en la voz de los oprimidos sin voz.
Preparados para la paz
A partir de los años sesenta, la ayuda que prestaba «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» comenzó a extenderse a otras partes del mundo como Latinoamérica y África; a pesar de que la ayuda al Este de Europa siguió siendo una cuestión prioritaria. La labor se veía animada por unas palabras del papa Pío XII, quien en una ocasión dijo al padre Werenfried: «Todo el mundo se prepara para la guerra, pero casi nadie piensa en prepararse para la paz, cuando esta llegue de repente». Él también quería estar preparado para el «día X».
Cuando Gorbachov inició una nueva política en la Unión Soviética, «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» incrementó su ayuda para las repúblicas soviéticas, entre 1987 y 1988, de menos de un millón de dólares a 3,5 millones de dólares. En esos años, el padre Werenfried comenzó a recaudar más dinero para la formación de sacerdotes en los países del bloque del Este. Ambos aspectos resultaron ser de gran ayuda para los acontecimientos que habían de venir.
Con la caída del Muro de Berlín y los subsiguientes acontecimientos revolucionarios llegó el «día X» para «Ayuda a La Iglesia Que Sufre». Mientras que hasta entonces las ayudas solo podían llevarse a cabo en secreto, ahora era posible hacerlo abiertamente, en parte por el deseo expreso del Estado. En cualquier caso, esas ayudas eran absolutamente necesarias. Ya desde 1990, las ayudas para Europa del Este aumentaron a más de 22 millones de dólares; en 1994/95 alcanzaron casi los 30 millones de dólares, lo cual representaba más del 40% de toda la ayuda proporcionada por «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» en todo el mundo. Este nivel se mantuvo prácticamente constante hasta el cambio de milenio.
Ayuda humanitaria y espiritual
Algunos de los proyectos de ayuda más destacados en los años posteriores a la caída del comunismo: durante la Revolución Rumana, en diciembre de 1989, el padre Werenfried viajó a Bucarest un día después de la ejecución del dictador Ceaușescu y su esposa. Ya había sido uno de los primeros en prestar ayuda a la sufrida población rumana.
«Ayuda a La Iglesia Que Sufre» mantenía una especial relación con la Iglesia greco-católica de Ucrania. El padre Werenfried pudo acompañar a su cabeza visible, el cardenal Myroslav Lubachivsky, cuando este regresó del exilio romano a su patria ucraniana, el 30 de marzo de 1991. En una Santa Misa celebrada en Lviv, hizo una solemne promesa: «En nombre de nuestros benefactores, les prometo que haremos todo lo humanamente posible para ayudarles a todos ustedes, a los obispos, a los sacerdotes, a las religiosas, a los seminaristas y a todo el pueblo fiel en la nueva evangelización de Ucrania».
También en esta ocasión, «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» cumplió su palabra. La construcción del gran seminario sacerdotal en Lviv se convirtió en uno de los proyectos de más envergadura de la Fundación. Hoy en día, el seminario sacerdotal de Lviv se encuentra, con sus 200 seminaristas, entre los más grandes del mundo.
En el centro de la atención: la formación de sacerdotes, los conventos y la evangelización
La ayuda a los seminaristas fue también una de las principales preocupaciones en los demás países de Europa del Este. A esto se sumó la solicitud por los monasterios contemplativos, muchos de los cuales habían sobrevivido a los años del comunismo en condiciones infrahumanas o se acababan de fundar. En muchos países, la Iglesia no contaba con nada, ya que todos los edificios habían sido expropiados bajo el régimen comunista y no existía una estructura organizativa. «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» ayudó también en estas áreas, especialmente en Iglesias locales más pequeñas como Albania, Bulgaria, Rumania o Kazajstán. Allí, los católicos forman una minoría y apenas tienen voz en la sociedad.
Ecumenismo vivo
Una misión especial para la reconstrucción espiritual en Europa del Este vino de la más alta autoridad: En 1991, el papa Juan Pablo II se dirigió por primera vez a «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» con la idea de intensificar el diálogo con la Iglesia ortodoxa rusa, lo cual cayó en terreno fértil para el padre Werenfried. En octubre de 1992 viajó por primera vez con una delegación a Rusia. Allí conoció al Patriarca Alexei II y a otros dignatarios ortodoxos. Después de que el padre Werenfried pudiera hablar personalmente con el Papa de su viaje, a principios de 1993, se incluyeron proyectos de ayuda para la Iglesia ortodoxa rusa en el programa de la Fundación, además de las ayudas a comunidades católicas. El proyecto de ayuda más conocido son los llamados «barcos capilla»: barcos adaptados, con los que los sacerdotes visitaban comunidades en las que ya no había ninguna iglesia. El padre Werenfried estaba convencido de que «la indispensable nueva evangelización de Rusia es la tarea primigenia de nuestra iglesia hermana ortodoxa»: que también había sufrido la persecución del comunismo y tenía que empezar de cero, también necesitaba ayuda.
De beneficiarias a prestatarias de ayuda
Desde 1990, «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» ha prestado ayudas a la Iglesia en Europa del Este por un valor de más de 500 millones de euros. A pesar de que hoy en día el enfoque de la ayuda se ha desplazado hacia Oriente Medio y África, no se olvida a los cristianos de Europa del Este. Por ejemplo, la pequeña y extremadamente pobre iglesia de Ucrania
ocupa el cuarto lugar entre los países a los que «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» proporciona ayudas.
Sin embargo, las comunidades sitas en el antiguo territorio comunista nunca fueron tan solo beneficiarias de la ayuda. Poco después de la caída del comunismo, se desarrollaron campañas de solidaridad entre católicos de varios países que hasta hacía poco tiempo habían sufrido persecución. Polonia fue y es una fuerza motriz detrás de este apoyo. Entre tanto, una de las 23 oficinas nacionales de «Ayuda a La Iglesia Que Sufre» se encuentra allí, así como también hay una en Eslovaquia. El milagro del cambio también funciona aquí.