El Masterchef de Venezuela
Tony Pereira tiene 51 años, es chef de cocina internacional y vive en Venezuela. Graduado en varias prestigiosas academias de gastronomía, ha trabajado en varios hoteles de cinco estrellas de su país. Su jornada de trabajo comienza a las siete de la mañana, pero Tony se levanta todos los días a las cuatro de la madrugada. Cuando la ciudad todavía duerme, toma su moto y se dirige a la parroquia de San Sebastian en Maiquetía, en el distrito Vargas. Lo primero que hace al entrar en la iglesia es arrodillarse ante el Santísimo y dar las gracias por ese nuevo día que alborea. Luego entra en el patio y enciende los fuegos con una vieja bombona, coge unos peroles enormes de latón, y día tras día, llueva o amanezca soleado, dedica las horas antes de ir a su puesto de trabajo a preparar un menú exclusivo para unos invitados muy especiales.
Es un menú exclusivo, no por lo exquisito de los ingredientes sino porque el condimento que más abunda es el cariño. La dedicación y la entrega que ponen Tony y sus ayudantes son cuantiosas porque el resto de los ingredientes, aunque sencillos, son difíciles de conseguir en un país hundido en la miseria y en la crisis económica y social. Es un reto encontrar lo necesario pero el chef usa creatividad para que el menú sea variado. Hoy hay arroz con pollo. Diez kilos de arroz y cuatro o cinco pollitos, calcula Tony en voz alta.
¿Los invitados? Más de 150, entre niños y ancianos que acudirán, como cada día, al improvisado comedor en el patio interior de la parroquia de San Sebastian para tomar la única comida caliente del día. Muchos de ellos no probarían bocado si no acudieran allí. El padre Martín, un sacerdote de mediana edad, repleto de alegría, recibe en la puerta a los muchachos y los ancianos. Antes de entrar al comedor saluda a un muchachito vestido con una camisa azul, es Felipe de once años, ojos grandes y sonrisa abierta. “Todos los días viene desde arriba del cerro con su padre en silla de ruedas. Luego vuelve a subirlo, ¿os imagináis el trabajo que es para un chico de su edad?” Felipe se acerca al sacerdote: “Hoy mi padre no pudo venir, tiene fiebre, lo dejé solo en casa, podría llevarle un cuenco con la comida”. El sacerdote asiente comprensivo: “Primero come tú algo, y luego te lo preparamos.” Tony se acerca también a saludarle. Lo conoce bien. “Es un buen chico. Impresionante como cuida a su padre enfermo.”
Además del comedor de San Sebastián, los fines de semana Tony, como chef de cocina que es, prepara “banquetes”. No son bodas ni comuniones, ni se sirven en platos de porcelana con vasos de cristal, son almuerzos en los barrios más humildes de los cerros, sobre todo para los niños de la zona que acuden con sus envases de plástico. Arepas, sopa de lentejas o lo que Tony puede conseguir buenamente con la ayuda de Cáritas y de la parroquia de San Sebastian.
Hombros anchos y manos firmes, a Tony, no le gusta mucho hablar de lo que hace, le gusta hablar de porqué lo hace: porque ve en el rostro de cada uno de esos niños y ancianos el rostro de Cristo. Encima de su chaqueta de chef, inmaculadamente blanca, lleva una simple cruz de madera que lo dice todo.
Se pone un poco triste cuando habla de la situación de su país. Mientras estudiaba chef de cocina, Tony trabajaba para costearse los estudios, como barrendero en las calles. Es ahí, cuenta, que descubrió la gran necesidad de la gente y le movió a hacer algo.
En los tres años que lleva ayudando en el comedor de la parroquia ha vivido momentos muy fuertes. Sucesos que han marcado su vida. Unas por el amor que ha experimentado, otros por el sufrimiento que ha visto. Como aquella vez que un señor fue a hablar con él para darle las gracias por todo lo que había hecho por él y sus hijos. El comedor había sido consolación en la terrible desesperación que estaban pasando. Vencido y cansado había decidido renunciar a la lucha y quitarse la vida. Venía a despedirse de Tony, éste intentó convencerle y devolverle la esperanza pero ya era demasiado tarde porque el señor había tomado un frasquito de veneno unas horas antes y falleció. Le costó recuperar el ánimo a Tony después de esto, pero la fe y el sacerdote de la parroquia le ayudaron mucho.
Tony está convencido que a pesar de la crisis y todo lo que están sufriendo en Venezuela hay mucha gente buena. Él se considera un granito de mostaza en esa labor. En la entrada de la parroquia de San Sebastian hay un cartel que invita a los fieles a poner su “Gotita de Amor” como han bautizado Tony y los demás colaboradores a esta iniciativa pidiendo que cada uno traiga al comedor una “gotita” de algo que tenga en casa porque esa es su Gotita de Amor con el hermano. Habla agradecido de Carmen, Berta o Ana las señoras que le ayudan en todo, las muchas que al mediodía vienen a “emplatar” y servir las comidas, agradece el gran apoyo de la diócesis de la Guaira y a las empresas que facilitan los productos, insumos les llaman en Venezuela, como Teixeira Duarte, la empresa que da trabajo a Tony y es la mayor cooperadora en este proyecto.
Por la tarde, cuando sale de trabajar, Tony descansa un poco, después prepara el mise en place (en el argot de cocina significa juntar los ingredientes y dejar todo listo para empezar el trabajo). Ve lo que le falta para el día siguiente y como conseguirlo. De ahí acude en su moto a la panadería, donde Tony “regala” – como él dice- algunas horas para que a cambio le den unos diez o quince panes que cortaditos en rebanadas finitas alcancen al día siguiente para darle a cada niño. Es una “gotita de amor” muy importante, insiste Tony, porque el pan está tan caro que casi ya no está en ninguna casa.
Ha sido un largo día. Tony regresa a casa en su moto, algo viejita, ya tiene diez años y alguna avería pero todavía tira. Antes de retirarse a descansar pide a Dios que le permita seguir mañana con su labor y ayudar así a sus hermanos hasta el último día de su vida.
Tony Pereira no recibirá ninguna estrella Michelin, a pesar de que supera cada día retos y dificultades dignas de premio, no ganará probablemente ningún concurso de cocina; pero sin duda, este cocinero de La Guaira se está ganando día a día el título de Masterchef porque realmente pone sabor a la vida de muchísimas personas.
Ayuda a la Iglesia Necesitada apoya varios proyectos en Venezuela para ayudar a las diócesis a sacar los comedores que hay en cientos de parroquias del país. En la diócesis de la Guaira ACN ha donado once frigoríficos y una cocina. La fundación visitó varios de los comedores, entre otros el de la parroquia de San Sebastian, donde conoció a Tony, al padre Martin y al grupo de voluntarias de la parroquia. ACN apoya además con estipendios de Misas a sacerdotes sin recursos y sus parroquias.