Albania, un testimonio de esperanza: “fui bautizado en secreto y mi vocación se la debo a un sacerdote que estuvo 28 años en prisión”

Monseñor Simon Kulli, obispo de Sapë, en el norte de Albania, habla sobre los mártires albaneses y su testimonio de esperanza para la Iglesia durante una visita a la sede internacional de ACN en el marco de su Campaña de Cuaresma.
Usted nació en una época en la que la fe cristiana estaba prohibida en Albania, ¿cómo recuerda la transmisión de la fe en su familia durante el régimen comunista?
Nací en Albania hace 52 años, en plena era comunista. Viví la infancia como todos los demás niños del país. El sufrimiento bajo el régimen nos afectaba a todos por igual. Yo, gracias a Dios, recibí la fe cuando en Albania no existía. Después de una semana, mis abuelos me llevaron a bautizarme en secreto. Para mí fue un gran milagro que mis abuelos me transmitieran la fe.
Estábamos encerrados dentro de nuestro país, donde se nos decía que aquí estaba el paraíso, aquí estaba todo, no faltaba nada. Después de que el régimen cayera no sabíamos nada del mundo, lo que era Italia, Alemania o América. Era una pobreza enorme donde el régimen explotaba a la gente. Sin duda fue una vida muy dura durante el comunismo, crecimos sin fe, sin Cristo, sin ninguna religión.
Su bautizo fue en secreto, ¿la transmisión de la fe también era en secreto?
Sí, la familia, especialmente los abuelos, nos transmitieron la fe, nos enseñaron las oraciones, el padrenuestro, a hacer la señal de la cruz, el ave maría, pero solo en lo oculto, en la familia, ya que no podíamos decir nada ni en la escuela ni a nuestros amigos, de lo contrario nuestros abuelos hubieran ido a la cárcel. Éste era un régimen muy feroz donde ni siquiera estaba permitido hacer la señal de la cruz. En casa rezábamos el padre nuestro antes de comer. Recuerdo que mi abuelo se persignaba delante de la pared, era una pared blanca, yo no sabía por qué; luego, después de la caída del régimen, nos explicó que él había tapiado allí, en el muro, una cruz.
Si recuerdo bien, la persona que le bautizó no era un sacerdote…
No, no era sacerdote: fue sor María Kaleta, una monja estigmatina que murió hace tres años, a quien todos llamábamos “tía”, porque era una monja mayor que hacía estos servicios de fe en secreto. Bautizaba a los niños y llevaba la comunión a los enfermos en secreto. Sacaba al Santísimo de la prisión, donde lo recibía de los sacerdotes encarcelados. Los sacerdotes celebraban la misa en secreto en la prisión y luego le entregaban las formas consagradas a sor Maria, escondidas cuidadosamente en la ropa sucia para que pudiera llevarlas a los enfermos. Y este bautismo mío fue un gran regalo que el Señor quiso darme así, en secreto y en pleno apogeo comunista. Si alguien hubiera descubierto que me habían bautizado, mis abuelos y el resto de mi familia hubieran ido a la cárcel.
Para nosotros en el año 2025 la persecución puede estar muy lejos, pero usted ha conocido personas víctimas de persecución en vida, ¿qué ha significado esto para usted?
Tuve la suerte de conocer a los “mártires” vivos, aquellos que sufrieron años en prisión, algunos estuvieron allí 28 años. Conocí a don Martin Trushi, al padre Shtjefen Pistulli, al cardenal Mikel Kolici, al actual cardenal Ernest Simoni, al padre Gjergj Vata, a muchos jesuitas y sacerdotes diocesanos… Tanta gente que me ha transmitido una gran esperanza; a mí, que era un joven que ha sufrido el látigo del comunismo. Aunque no estuve en la cárcel, experimenté lo que significa vivir en un país sin fe, que es lo principal que mantiene al hombre. Y estos testimonios han sido una gran esperanza para mí y para el futuro.
¿Cómo encontró su vocación en un país sin fe?
Mi vocación vino al ver a uno de esos ancianos sacerdotes celebrando la misa en latín en mi parroquia por primera vez. Era la primera misa después de la liberación de la fe en Albania. Mi vocación surgió precisamente en ese momento. Al ver a ese sacerdote que sufría, que le costaba mucho celebrar la misa, inclinado por los años de carcel y prisión sobre el altar, pensé: puedo sustituirlo. Y allí nació mi vocación sacerdotal. A la primera persona a la que le conté este deseo fue a sor María, la monja que me bautizó.
Albania tiene 38 mártires que subieron a los altares en 2016 y dos más el año pasado, en 2024, ¿su testimonio sigue siendo fuente de inspiración para los jóvenes albaneses de hoy?
Sí, los mártires que dieron su vida por Cristo son siempre la semilla del cristianismo, como dice Tertuliano. Estoy seguro de que su sangre producirá muchas vocaciones y dará muchas bendiciones a Albania, a ese lugar que tanto ha sufrido por Cristo. Ellos son un gran testimonio de esperanza que nos enseña, también a nosotros, a ser fuertes en la fe, a no desanimarnos, a seguir adelante. Antes de dar la vida por Cristo, decían “Viva Cristo Rey, viva Albania y viva el Papa”. Estas tres palabras son palabras de coraje, también para los jóvenes de hoy, los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y todo el pueblo cristiano.
Y si pudiera dar un mensaje a los cristianos que viven en estos tiempos en países donde la fe es perseguida, tal vez sea la misma situación que usted vivió cuando era niño… ¿qué diría?
Después de la muerte siempre está la resurrección; al final hay una luz que ilumina al mundo. Jesús vence el sufrimiento. Sigan adelante sin miedo, aunque vivan en dificultad, en persecución, porque el que siempre vence es Cristo. Él nos ayuda, nos da la fuerza para superar cada dificultad de nuestra vida. Sigan adelante con valentía, con la oración y con el amor, porque con Cristo toda adversidad se puede superar.
¿Nos puede dar un último mensaje para los benefactores de ACN?
De corazón, quiero agradecer a todos los bienhechores de ACN. En nombre de la Iglesia albanesa y como vicepresidente de la Conferencia Episcopal, les expreso mi gratitud por todo lo que hacen por Albania y por tantos otros países. Su ayuda es un gran signo de esperanza para quienes más lo necesitan.
Que el Señor bendiga a cada persona que extiende su mano a los más pobres y que les recompense abundantemente por su generosidad hacia la Iglesia y los más necesitados en el mundo. Mil gracias por su apoyo. ¡Gracias de todo corazón!